Hoy, después de haber intentado encontrarlo durante
mucho tiempo, Carlos, que era un tipo que había aprendido a sufrir, por fin
comprendió que no existía el amor.
Y es que las experiencias anteriores, que en total sumaban 14, no habían sido
suficientes para confirmar su sospecha; aun así, el comprender esta verdad no
dejo de ser doloroso para él.
Lo peor fue cuando dio la última mirada a Shara, talvez
con la ilusión de encontrar en sus ojos alguna respuesta, pero la desilusión como
se había vuelto costumbre, se hizo presente, ya ni la paciencia ni la
comprensión eran suficientes, lo peor fue que él creía que ella era la mujer de
sus sueños, con quien quería vivir su vida mientras se tuviera vida, pero al
parecer ella no quería lo mismo.
La espera había sido dura; el deseo de que posiblemente alguna vez el
sentimiento fuera correspondido le había sembrado la esperanza de, talvez día,
en algún lugar no muy lejano o en rincón más apartado del mundo, podría pasar
que ella no mirara sobre él, que no pensara en estar en otro lugar y con otras
personas cuando solo la presencia de Carlos le hacía compañía bajo el sol de la
tarde.
Un suspiro se escuchó en un corredor, el sonido de sus pasos estremeció las
paredes de un viejo edificio cuyo ascensor se había dañado y nunca había sido
reparado; Carlos llegaba a la puerta que daba a la calle mientras su mirada solo
generaba desconsuelo a los desprevenidos que cruzaba sobre la acera.
En su divagar, Carlos pensaba que la realidad
endurece las almas de los seres humanos, que la vida solo tiene sentido si se
lucha por alcanzar un propósito cualquiera que fuera, y que sería muy triste si
el ultimo día en este mundo, con el último aliento que se introdujera en los
pulmones, se diera la reflexión de que no se alcanzó el logro, peor aún, que se
había consumido la vida en la búsqueda del propósito equivocado, que si se
hubiera tenido más tiempo se abría escogido otro camino; pero el impiadoso paso
del tiempo marca que su ritmo inequívoco y cobra su tributo.
“El tiempo” exclamo Carlos mientras pasaba
bajo la sombra de un árbol frondoso y sentía el olor del césped recién cortado;
aquella reflexión que tal vez nunca habría tiempo suficiente retumbo en su cabeza,
talvez la búsqueda del amor era el único propósito real de la vida, esquiva
suma de emociones y sensaciones que dopan a quien se atreve a ir en su
encuentro.
Es así como ese agregado de situaciones, condición que
exige el máximo sacrificio para merecer la conquista, se convierte en un absurdo
viaje cuyo único propósito es someter o ser sometido, acumulación de momentos
que hacen vibrar el corazón, enrojecer mejillas y humedecer labios. ¿Acaso la búsqueda
de dicho intangible era la razón de existir en este espacio y tiempo?, de dar batalla
sin otorgar cuartel y que de manera inconsciente todos hemos emprendido y que
nos deja expuestos y vulnerables ante inminentes nuevas confrontaciones donde
no se diferencia de aliados u enemigos.
El amor - reflexiona Carlos mientras mira un rayo
de luz que entra por la ventana - ¿el amor es acaso un fragmento de felicidad
escueta que dura lo que permanece una flor radiante?, búsqueda de necesidad de
ser, estar, compartir, no sentirse solo, cruzadas contra un enemigo furtivo que
se muestra aliado pero que le da valor a la lucha y que recompensa o castiga
severamente a quienes se disponen a entregarse plenamente, a quienes están dispuestos
a sacrificarlo todo por gusto o por necesidad, campaña que por lo menos Carlos
ya no se sentía dispuesto a abordar.
Una escena irreal rebotaba en la mente de Carlos, no habían sido necesarias las
palabras, el solo lo supo. Atreverse nunca fue una opción, después de pensarlo
llego a la conclusión de que nada nunca debía ser forzado, que, si algún día el
amor empezaba a asomarse en el horizonte, simplemente sucedería, sin la
necesidad de exhibir de forma pavonéate artimañas y trucos de seducción, guion
que muchos tienen establecido como obra clásica, suma de métodos y artimañas que
su único objetivo es someter y consumir. Pero él, poco hábil en estos vejámenes
fue una vez más víctima de su imprecisión, ¿y como culparla a ella?
Lo que lo hacía sentir mal era que esta vez parecía diferente, aunque nada muy
distinto a los 13 intentos previos, a veces somos seres muy presumidos que
creemos que nuestra manera es la correcta, inconscientes de la diferencia y egoístas
en la búsqueda de nuestro placer.
La tarde comenzó a irse, y seguir adelante requería
mucho esfuerzo, más del que Carlos estaba dispuesto a seguir realizando. Lo
irónico del asunto era que en retrospectiva el responsable de dar el paso
adelante era él, ella solo estaba a la expectativa de sus movimientos; los
mensajes indirectos mostraban las puertas abiertas, las acciones las cerraban
con seguro.
El olor del humo que provenía de un gastado cigarrillo al cual se aferraba otro
transeúnte lo devolvió a la realidad, sus pasos resonaban en una calle fría, mientras
su andar en descoordinado reflejaba su inquietud. Su mirada se dirigía al piso
tratando de olvidar, enfocándose en algo, en encontrar un propósito por el cual
seguir, pero ya no podía ser hipócrita consigo mismo; solo el recuerdo de un suave
beso con sabor a anís pasaba por su cabeza, instantes que se mostraban en imágenes
y deseos que no se pueden describir pero que enaltecen el ser.
Las ganas de seguir adelante fueron expirando como el día.
¿Acaso era tan difícil ser feliz?, complejo entramado de situaciones que
dependen de sacrificios y concesiones… de pronto, se vio rodeado de mucha
gente.
Carlos se sintió tan insignificante que quiso gritar, sentir que solamente era
parte de algo, una pieza más de alguna cosa más grande, que sin importar el
camino que escogiera el destino seguía siendo incierto, que a pesar de estar
rodeado de gente, estaba solo.
Las puertas se empezaron a cerrar, la lluvia en la calle empezaba a mojar las
ilusiones, los pensamientos goteaban por la mejilla, evaporándose rápidamente,
el movimiento mecánico de las personas que se jactan de saber para donde van,
pero que parece que no supieran para dónde están hipnotiza la mirada de los
desprevenidos.
El campanario de una vieja iglesia indica que son
las 6, un nuevo suspiro estremece un solitario callejón, pareciera que los
caminos siempre tienen fin, por lo menos ese callejón si lo tenía. Al igual que
el día, la ilusión tal vez tenga otra oportunidad mañana, lo único que queda es
intentarlo, lo único que queda es intentar vivir.
nrg 2003
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